“La MINURSO y
los Derechos Humanos en el Sáhara Occidental”, así reza el título de mi trabajo
fin de grado. Para los que no lo conozcáis, la MINURSO es la Misión de Naciones
Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental. Una Misión ineficaz,
irresolutiva y pasiva ante la vulneración constante de los Derechos Humanos en
los territorios ocupados. En definitiva, una misión estúpida e inútil que sólo
ha servido y sirve para que observadores de Naciones Unidas disfruten de rico
té con unas vistas inmejorables. Dentro de mi estudio, analizaba a los actores
cuyo papel es decisivo en el desarrollo del conflicto. Así, tenemos a saharauis
y argelinos luchando por la emancipación, frente a marroquíes, franceses,
estadounidenses y españoles apoyando políticas para mantener el status quo.
Nuestro país, cumplió un papel histórico de traición y abandono, con una actual
bajada de pantalones frente a los verdaderos directores de orquesta, batuta que
Estados Unidos comparte con Francia.
Los intereses económicos y geoestratégicos,
aumento del poder en definitiva, que se anteponen una y otra vez al respeto de
los Derechos Humanos. La tortura, desapariciones forzadas, violaciones,
vejaciones o falta total de libertad, es la realidad que día a día viven miles
de personas. ¿Sabéis qué es lo malo? Que esta historia no es nueva, que nos la
llevan contando 39 años y seguimos sumando. ¿Sabéis qué es lo peor? Que
lamentablemente tampoco estamos frente a un suceso inédito, sólo tenemos que
observar las masacres que se vienen repitiendo en Palestina, territorio también
ocupado y asediado bajo la pasividad y permisividad de Naciones Unidas.
¿Cómo se pueden
producir estas vulneraciones constantes a los Derechos Humanos , bajo el manto
de Naciones Unidas? Pero no estamos frente a una organización que, según
podemos leer en su página web, apareció para “mantener la paz y la seguridad
internacionales, fomentar entre las naciones relaciones de amistad y promover
el progreso social, la mejora del nivel de vida y los derechos humanos”. Yo lo
tengo claro, estamos ante un completo circo institucional donde todos saben bien
cuál es su papel. Los payasos del Consejo de Derechos Humanos ensayan sus
innumerables pantomimas, con el fin de distraernos y convencernos de que
debemos sonreír y esperar al final del número sin impacientarnos. Con nariz
roja y barriga llena, aparece el último de estos payasos con la intención de
cerrar la actuación. Una vez en el centro del escenario, se despide con un: “tranquilos.
Dejad de sollozar que todo lo hacemos por el bien del pueblo palestino”. Pero
la diversión no cesa y ahora es el turno del domador israelí. Con justa en la
mano y sin demasiados esfuerzos, consigue que leones yankis salten y bailen al
compás que les marca, sin dejar que ningún otro animal entre en la jaula. Finalmente,
el resto de actores cuya única función es la de atrezo, esperan señales de los
leones para saber cómo actuar y dónde colocarse. Al fin y al cabo, son los
reyes de la selva.
Termina el show
y es el momento de conocer la opinión del público, público que aún permanece sentado
en las gradas oxidadas y con grandes deficiencias de seguridad, realidad que
choca de bruces con el lujo y poderío que derrocha el escenario. Entre las
diferentes filas, vemos muchos vacíos, muchísimas son las personas que faltan.
Hay mayores acompañando a niños; a niños sin mayores; y mayores sin niños. Entre
todos los rostros, apenas podemos dilucidar una simple sonrisa. En la mirada de
las niñas y niños encontramos desconcierto, tristeza y angustia. A la mayoría
de ellos les han arrebatado su infancia e inocencia de un plumazo, o quizás,
debería decir de un bombazo. ¿Cuántas faltas encontraremos en la función de
mañana?
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